Inmunes al cáncer: el blog del CRI

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Judy Gray’s Immunotherapy Story

Cáncer de pulmón | 2011

Resultó que mis células inmunitarias estaban muy ocupadas, ¡como pequeños Pacman correteando y devorando el cáncer!

La historia de Judy

Cuando a los 68 años Judy Gray se enfrentó a un diagnóstico de cáncer de pulmón en estadio IV, su miedo y su tristeza se atemperaron con la fe en la ciencia. Como exanalista de la Agencia de Protección Ambiental, ahora jubilada, era de esperar que analizara muy bien sus opciones de tratamiento y que investigara mucho sobre ensayos clínicos de nuevos medicamentos.

Finalmente, decidió inscribirse en un ensayo clínico de inmunoterapia en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center en Nueva York, donde su médico era el Dr. Paul Paik. El ensayo probaba un nuevo fármaco de inmunoterapia llamado atezolizumab (que también se conoce como MPDL3280A), producido por Roche/Genentech.

El atezolizumab pertenece a una clase de fármacos de inmunoterapia llamados inhibidores de puntos de control. Al «quitarle el freno» al sistema inmunitario, estos fármacos posibilitan un ataque inmunitario más fuerte contra el cáncer. En particular, el atezolizumab se dirige a la molécula PD-L1, que las células cancerosas a veces producen como forma de detener un inminente ataque inmunitario.

Judy respondió espectacularmente bien al tratamiento de inmunoterapia, en palabras de su oncólogo. A más de cuatro años del diagnóstico inicial y a dos años de haber comenzado con la inmunoterapia, se sigue sintiendo fuerte.

PUESTA AL DÍA (junio de 2021): El CRI entrevistó a Judy Gray en agosto de 2015. Su historia se publicó inicialmente el 2 de septiembre de 2015. Han pasado 10 años desde su diagnóstico y sigue con vida gracias a la inmunoterapia. 

Preguntas y respuestas

¿Cómo y cuándo descubrió que tenía cáncer?

Comencé a notar que algo andaba mal muchos meses antes, si no un año, de efectivamente tener el diagnóstico. Empecé con mucho dolor en las caderas, pero tenía 64 años y pensé que era parte del proceso de envejecer. Unos meses después me apareció una tos seca y persistente. Por mucho tiempo también la ignoré. Al fin de cuentas, si vives en Michigan es bastante común tener la nariz congestionada, estar resfriado o tener tos durante el invierno. Finalmente, fui a ver a mi internista en febrero de 2011. Me dijo que no escuchaba nada raro en el pecho y que estaba segura de que todo estaría bien, pero que por las dudas me iba a mandar una radiografía. Y encontraron algo sospechoso en mi pulmón derecho. Me hicieron un examen, luego otro y otro. Recibí el diagnóstico de cáncer de pulmón metastásico a principios de marzo de 2011 y me derivaron a la Dra. Nithya Ramnath, oncóloga de tórax del Centro Oncológico Integral de la Universidad de Michigan.

El cáncer ya se había diseminado a los dos huesos de la cadera, lo que explicaba el dolor que había estado sintiendo durante muchos meses. Luego encontraron dos pequeñas metástasis en el lóbulo parietal derecho del cerebro. Eso fue lo más traumático para mí, la gota que colmó el vaso de todo ese cúmulo de malas noticias. Sin embargo, resultó que las metástasis cerebrales eran bastante tratables con radiocirugía estereotáctica. Hasta el día de hoy (¡toco madera!) no hay indicios de recidiva allí. 

¿Cómo supo de la inmunoterapia y por qué decidió probarla?

Para la primavera de 2013, unos dos años después del diagnóstico, el cáncer había empezado a diseminarse ampliamente y me había quedado sin opciones de tratamiento que valiera la pena intentar. Estábamos a punto de comunicarnos con el centro de cuidados paliativos, porque las señales eran claras. Fue entonces cuando mi oncóloga volvió de la conferencia de la ASCO (Sociedad Estadounidense de Oncología Clínica) de ese año con muchas noticias interesantes sobre la inmunoterapia y los ensayos clínicos dirigidos a PD-1 y PD-L1. Si bien la Universidad de Michigan no participaba en esos ensayos, nos instó a considerarlos.

Así que el siguiente gran obstáculo fue informarnos. Tuvimos que aprender sobre la inmunoterapia, averiguar quién estaba haciendo esa investigación, cómo se ingresa a un ensayo clínico, con quién hablar y cómo obtener la documentación necesaria. Para quien no se atiende en un centro que participa del ensayo clínico que le interesa, es todo un desafío. Nos pareció que esa era mi última oportunidad para salvarme, pero abrirnos camino en medio de todo ese laberinto científico y administrativo fue realmente estresante.

Investigamos mucho, principalmente en Internet. Mi esposo, Peter, fue quien más investigó, se volvió un especialista. Desde un comienzo descubrió el sitio web indispensable de clinicaltrials.gov. Llamó al Johns Hopkins, en Baltimore, porque sabíamos que la Dra. Julie Brahmer era una eminencia en el campo de la inmunoterapia. Ambos hablamos con personas de los principales centros oncológicos de Detroit, Chicago, Seattle, Boston, Nueva York y otros lugares. Vimos todas las compañías farmacéuticas que participaban activamente en los ensayos clínicos de inmunoterapia para pacientes con cáncer de pulmón. Finalmente, decidimos que el agente anti-PD-L1 MPDL3280A era mi mejor opción. Encontramos a las personas adecuadas con las que hablar, reunimos todo el papeleo y lo enviamos en muchas direcciones. Nos llevó semanas llegar tan lejos.

Al final, terminamos en el Memorial Sloan Kettering de Nueva York, donde tenían vacantes en el ensayo del agente anti-PD-L1, que parecía ser el mejor para mi caso. Para este estudio en particular, el tejido tumoral tenía que dar positivo a PD-L1. Se envió el tejido de la biopsia para su análisis y luego esperamos algunas semanas para saber el resultado. Hay una historia un poco graciosa sobre esto; bueno, en realidad no fue tan graciosa, especialmente en ese momento. Una tarde, el médico del ensayo clínico del Sloan Kettering finalmente me llamó con los resultados de la prueba. Dijo que lo sentía, pero que el tejido tumoral había resultado negativo a PD-L1, por lo que no podía inscribirme en el ensayo clínico. Quedamos devastados, habíamos puesto todas nuestras esperanzas en esa oportunidad. Pero, esa misma noche, el médico volvió a llamar y nos dijo que había habido una confusión y que se alegraba de informarnos que en realidad sí era positivo a PD-L1. Parece que el laboratorio me había etiquetado como Paciente JG, y mis resultados de alguna manera se habían confundido con los de otro candidato, el Paciente GJ. Hasta el día de hoy me siento culpable por el Paciente GJ, quien sin duda recibió las mismas dos llamadas telefónicas pero en el orden inverso, la primera diciendo que estaba adentro, y varias horas después una segunda llamada informándole de la confusión y que estaba afuera. Si iba a haber una confusión, mi final era, sin dudas, el más deseable.

¿Cómo fue el tratamiento? ¿Tuvo efectos secundarios?

El tratamiento en sí no fue un problema para mí. No tuve náuseas ni otros efectos secundarios inmediatos. Pero unos días después del primer tratamiento empecé a tener fiebre y escalofríos, y mi nivel de glóbulos blancos tocó fondo. El médico me indicó un tratamiento con antibióticos por vía intravenosa, porque asumió que tenía algún tipo de infección grave. Estuve tres días en el hospital, pero nunca encontraron ninguna fuente de infección.  Resultó que mis células inmunitarias estaban muy ocupadas, como pequeños Pacman, corriendo de un lado a otro devorando el cáncer. Desde entonces, aprendí que es bastante común que los pacientes que están teniendo una buena respuesta a la inmunoterapia presenten al principio síntomas similares a los de la gripe, aunque no suelen ser tan fuertes como los que tuve.

Tras el segundo tratamiento, me repitieron la exploración por PET. Fue sorprendente comparar la nueva exploración de imagen con la anterior al tratamiento, realizada solo seis semanas antes. La actividad del cáncer simplemente se había apagado. En los siguientes meses, las exploraciones de control mostraron que los tumores se habían reducido y luego desaparecieron por completo.

Pasaron más de dos años desde que comencé el ensayo y casi un año desde que lo dejé. Desde entonces no he recibido ningún tratamiento contra el cáncer. Aún me hacen exploraciones de imagen por TAC cada tres meses y todo sigue estable. Hay tejido cicatricial, pero no se observa ningún proceso patológico activo. Es casi un milagro.

Después de casi un año de tratamiento, tuve que suspenderlo debido a los efectos secundarios autoinmunitarios, que son bastante comunes con la inmunoterapia. Esto no resulta tan extraño, ya que estos tratamientos funcionan bloqueando los receptores PD-1 o PD-L1 que se encuentran tanto en las células normales como en las cancerosas. Tras unos meses de tratamiento, mis propias células inmunitarias suprimieron mi glándula tiroides. Una vez diagnosticado, este problema se trató fácilmente con hormonas tiroideas de reemplazo. Pero luego tuve otro trastorno autoinmunitario más grave llamado fascitis eosinofílica. Este es un primo poco común de la esclerodermia, un proceso fibrótico que causa rigidez de la piel y el tejido conjuntivo. Puede llegar a ser mortal, aunque no lo fue en mi caso. Sin embargo, fue debilitante, incómodo y potencialmente peligroso. Había llegado el momento de dejar el ensayo clínico.

Para controlar los efectos secundarios  estoy tomando prednisona, un corticoesteroide. También tomo CellCept, que generalmente se administra para prevenir el rechazo del cuerpo a un trasplante de órgano. Es irónico que ahora tome medicamentos para tratar los efectos secundarios de los tratamientos de refuerzo inmunitario que me salvaron la vida.

La fascitis parece haber mejorado. De hecho, últimamente me han molestado más los efectos secundarios de la prednisona que la fascitis en sí, y he comenzado a reducir lentamente la dosis de prednisona. ¡Es un gran acto de equilibrio entre tratamientos y efectos secundarios y tratamientos para los efectos secundarios!

La prednisona es una droga muy fuerte y puede afectar casi cualquier cosa. Por ejemplo, dificulta el sueño, por lo que he estado con falta de sueño por más de un año. También hace que la piel se vuelva delgada y frágil, de modo que cada pequeño golpe me provoca sangrado o un hematoma grande y oscuro. La distensión abdominal y el aumento de peso, especialmente en la zona media, son otros preciosos efectos secundarios. Y sigo mirándome en el espejo, esperando que aparezca la clásica «cara de luna llena» que provoca la prednisona, pero eso aún no ha pasado. La prednisona también puede causar debilitamiento de los huesos y úlceras gástricas. La lista de posibles efectos secundarios es interminable; no es algo que me gustaría tomar, pero es el tratamiento principal para este tipo de trastornos.

¿En qué se diferencia la inmunoterapia de otros tratamientos que pueda haber recibido?

Me trataron con varios tipos de quimioterapia y tuve la suerte de responder bien a cada uno de ellos… por un tiempo. Un tratamiento funcionaba durante varios meses y luego dejaba de funcionar, y durante otros meses funcionaba otro tratamiento y después dejaba de surtir efecto. Parecía que el cáncer siempre podía encontrarle la vuelta. 

La inmunoterapia no solo me salvó la vida, sino que también me permitió llevar una vida normal. No dudaría en invitar a otros pacientes a que también aprovechen esta nueva oportunidad.

¿Hay algo que le haya sorprendido de su experiencia con el cáncer?

Antes de empezar el ensayo clínico recibía una dosis bastante alta de opiáceos solo para poder tolerar el dolor. Un par de meses después de comenzar la inmunoterapia ya no necesitaba los analgésicos. Fue como tener una nueva oportunidad de vivir.

Pero cada seis semanas debía hacerme otra exploración por TAC. ¿Sabe lo que es el «miedo a los resultados de las exploraciones por imágenes»? Con cada exploración nos preocupaba que la magia terminara y apareciera una nueva metástasis o progresión. Pero la magia siguió, las exploraciones fueron mejorando y mejorando hasta que todos los indicios del cáncer desaparecieron. Sin embargo, a diferencia del cáncer, el miedo a los resultados de los exámenes nunca desapareció.

Mi esposo lo sufre mucho más que yo; yo tengo una mayor capacidad de compartimentar y, para ser franca, también soy muy buena para negar las cosas. Sin embargo, tener una enfermedad terminal cambia la manera de ver la vida cotidiana. Es un poco extraño ser uno de esos puntos BIEN distantes en la curva de supervivencia, ser la persona que logró vivir más años de lo que todos esperaban.

A veces se siente como estar bajo un techo inestable. Sabemos que se nos va a caer encima, pero no sabemos cuándo. Y mientras estamos sentados bajo ese techo, esperando que caiga, ¿qué tipo de cosas vale la pena hacer? ¿Vale la pena ir al dentista cuando sabemos que se nos podría caer el techo en cualquier momento? ¿Tiene sentido comprar un abrigo nuevo? ¿Deberíamos hacer planes para ir a Florida en seis meses? ¿Deberíamos renovar las suscripciones por un año más?

Cuando me enteré de que tenía cáncer de pulmón, pensé que mi nieto más chico no iba a conocerme, o que mi nieto mayor no iba a poder recordarme. Pero en unas pocas semanas cumplirán cinco y siete años y soy parte de sus vidas.

¿Qué le gustaría contarle a otros pacientes acerca de la inmunoterapia o de la participación en ensayos clínicos?

Definitivamente invitaría a los pacientes con cáncer a que investiguen sobre la inmunoterapia. No hay garantías. No todas las personas con cáncer de pulmón de células no pequeñas responderán bien al tratamiento, e incluso entre los que respondan no todos obtendrán los resultados asombrosos que yo tuve. Pero, en comparación con la quimioterapia, las tasas de respuesta tienden a ser más elevadas y quienes responden bien al tratamiento en general tienen una supervivencia más larga y menos efectos secundarios. La inmunoterapia no solo me salvó la vida, también me permitió llevar una vida normal. No dudaría en invitar a otros pacientes a que también aprovechen esta nueva oportunidad.

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